miércoles, 4 de marzo de 2015

Mi máquina del tiempo

¿Eres de esas personas que lo guardan todo y coleccionan recuerdos? 

¿Cuándo fue la última vez que echaste un vistazo a esos tesoros de tu infancia y adolescencia? 

¿Y para qué sirven esos recuerdos?

Yo he tenido la suerte de viajar en mi máquina del tiempo hace tan sólo unos días, para avivar montones de experiencias que estaban por ahí perdidas, en el ciberespacio de mi cabecita. Cuando era niña y cada cierto tiempo, mi madre nos hacía revisar todas nuestras pertenencias y deshacernos de aquellas que no servían o eran ya viejitas. Y eso es precisamente lo que he hecho esta semana, por orden de la mamma, claro. No es que yo atesore tanto en su casa, pero quizás era momento de hacer otro de esos viajes al pasado. 

Así que hace unos días, mi máquina me ha llevado a diversos momentos ya olvidados, y al abrir un par de bolsas y alguna que otra caja, puedo encontrar mil pedazos de una adolescencia encallada en el tiempo. Una lata llena de monedas antiguas de diversos países europeos, otra con la colección de relojes de mi juventud, fotos de mi año en Irlanda, tarjetas de cumpleaños, cartas de amor, una vela, y otra, el proyecto Hércules de mi paso por los Scouts, más fotos, y otros tantos objetos que nunca sirvieron para nada, pero que siempre estuvieron ahí, a mi lado, y fueron testigos de tantas risas, llantos, besos, sueños o fantasías. Aún parece que los estoy ordenando mientras limpio el polvo de la estantería de mi habitación de entonces.

Sigo buscando y atisbo diversos cuadernos repletos de historias...una poesía por aquí, una dedicatoria por allá, la transcripción de un mensaje de amor de un chico que me gustaba, una postal de mi amigo que estaba de vacaciones, las aventuras de un viaje a Turquía...
De repente, empiezo a revivir en mi mente tantos momentos y tantas aventuras vividas que parecen tan reales, como si apenas hubieran ocurrido, y comienzo a leer un cuaderno, con la impaciencia con la que un niño descubre un juguete, con la ilusión con que una novia llega al altar el día de su boda. 

Es curioso cómo se forman los recuerdos condicionados según nuestros atributos personales en el momento de encerrarlos en la mente. Descubro por ejemplo una reflexión que escribí entonces con un vocabulario que no recordaba haber siquiera aprendido. Y sonrío. Luego releo esos mensajes de amigos que he conocido en un viaje, y aún sabiendo que en su día casi los memoricé, reconozco una sensación diferente en mí al leerlos en esta ocasión, descubriendo un placer distinto en mi interior. Sigo sonriendo. Y más aún cuando algunos de esos mensajes están en inglés, y pertenecen a un tiempo en el que apenas entendía el idioma. De hecho, al leerlos ahora (para el que no lo sepa, hoy día soy profe de inglés) instantáneamente cobran un significado diferente, ya que obviamente los entiendo mucho mejor que antaño, y de nuevo vuelvo a sonreír. 

Sin darme cuenta no sólo estoy haciendo un viaje al pasado, sino que además realizo una introspección reconociendo ciertos logros y madurez en mi persona en los que ni siquiera había reparado hasta ese momento. Para entonces es hora de irse y aún estoy con la primera bolsa. Así que agarro unas fotos, un par de cajas pequeñas, y el cuaderno de los mensajes foráneos, y me los llevo para continuar mi viaje más tarde. Por supuesto nada más terminar el día y llegar a casa, no hago otra cosa que tumbarme en la cama cual adolescente enamorada, y continuar leyendo el cuaderno como si contuviera el secreto de la felicidad eterna. El resto de mi lectura no hace sino traer a mi mente más fotografías de una juventud temprana deliciosa, que me hace reconocer la importancia de reencontrarse con los duendes del pasado, para hacer examen de conciencia sobre tu presente.


Y quien sabe qué sentimientos albergaré cuando eche un vistazo a la caja de cintas de casette y cd's... 


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