domingo, 21 de febrero de 2016

"14 de febrero, hoy no soy media"

Últimamente tengo la sensación de llevar "media" vida siendo una persona "media", esto es, según la Real Academia de La Lengua Española, "que está entre dos extremos, en el centro de algo o entre dos cosas". Llevo tiempo reflexionando sobre mi frecuente actitud de posicionarme en un punto medio cuando de opinar sobre cualquier tema se trata. No se si este estado responde a mi condición de persona "media" en la familia por ser "la hermana del medio", o quizás en ocasiones más bien esté estrechamente relacionado con el hecho de que no me interesa entrar a debatir algo que para mí carece de sentido. Entiéndase, adoro debatir cualquier tema con cualquier mente inquieta, pero no cuando el preámbulo de la conversación es un sentar cátedra de mi interlocutor, algo que por aquí se da con hábito. 

Pues bien, hace justo una semana que fue 14 de febrero, día de San Valentín, o más conocido como el día de las parejas que están enamoradas. Me hace gracia recordar este día porque de niña nos poníamos nerviosas cuando llegaba esta fecha para ver quien vestía una prenda de rojo en el cole, en señal de su sentimiento oculto hacia alguien, o quien recibiría una misiva de amor. Confieso que aún pasando bien desapercibida entre los chicos durante mi etapa escolar, sí que el año en que rondaba los 11 años recibí una carta de amor y un regalo en este día, de un admirador secreto que sin duda desconocía mi pavor por ser centro de atención y mucho más por una razón así. 

Volviendo al hilo de mi historia, una vez más me sorprende ver cómo mientras muchos aprovechan este día para pensar en un momento especial con sus parejas, un detalle, una carta o tan sólo un gesto distinto de lo cotidiano, tantos otros dedican su día a publicar en toda clase de red social su aversión por la celebración de esta fecha, apostillando cómo no el invento de tal festividad de mano de los comercios, caracterizándolo como algo frío y carente de sentido. Yo como "persona media", cuando leo estos comentarios decido simplemente quedarme en mi punto "medio" con mi opinión "media", y no entrar a decir nada. Pero dedico unos minutos a hacer algo que tanto disfruto, y es leer frases que otros antes han escrito ya, tipo "citas", que tienen que ver con este día.

Quizás en mi interior y tras esta capa un tanto seca que muestro día a día, se esconde una romántica sin remedio, que como apuntaba un amigo no hace mucho, más bien debería haber nacido hace unos cuantos siglos, cuando el amor era un sentimiento real, puro y profundo, y no andaba contaminado por las vicisitudes del mundo moderno, tecnológico y caprichoso en el que vivimos hoy día. Y no considero la relación de pareja como único beneficiario de cualquier celebración que esta fecha pueda suscitar en las almas vagantes. Me gusta pensar y seguir la tradición de mi gente en Estados Unidos, que se reunían este día para celebrar el amor que se profesan como amigos.

La cuestión que me ocupa pues es que, invento de los comercios o no, a mí me agrada la idea de saber que se ha marcado un día en el calendario para recordarnos que debemos mantener viva la llama del amor, o tener un gesto especial con aquellos que llenan nuestra jarra de amistad. Porque aunque el amor es algo que debe alimentarse cada día, es bonito igualmente recibir un gesto, un detalle especial, o una misiva en esta jornada, incluso si por ello te sientes haber sido ridiculizada en un patio de colegio cuando resultas ser una persona extremadamente tímida. 

Así que esta soy yo dejando de ser "media" al menos por un día, compartiendo en este sitio algunas de las citas que me hubiese gustado recibir hace una semana, pero que igualmente me permití disfrutar como si así hubiera sido, y sobre todo, gozar de la libertad de reconocerme públicamente una seguidora del 14 de febrero y de su oportunidad de decirle a los que quiero algo muy breve: que esta persona un tanto "media" hoy declara su amor al mundo entero. Feliz San Valentín.

















sábado, 13 de febrero de 2016

Con retraso, siempre es más eterno.

Y es que hace ya tiempo que no desembarco mis palabras enlatadas por estos lares. Llevo días recordando que no quiero que caiga en el olvido, que como bien decía alguien a quien quiero mucho, "estas empresas lo difícil no es empezarlas, sino mantenerlas". Y yo en pro de mantenerlas, seduzco un poco más a mi memoria (y a los gigabytes de mi ordenador para acompañar mis ideas de imágenes) y embarco de nuevo en esta empresa que me da la vida tantas veces. Como siempre, tengo mil ideas, pensamientos, vivencias, preguntas que me hago al despertar y al acostarme, incluso en sueños. Difícil elección tratar de aislar una de estas en una simple publicación en la que, aún admitiéndose libertad de número de caracteres, no quisiera convertirlo en una interminable apología del mundo de hoy.

Dicho esto, hoy me aventuro a hablar de la última escapada que hice sola en uno de esos maravillosos puentes del calendario en nuestro país, La Inmaculada. Llevaba semanas trabajando tantísimas horas, inmersa en una rutina espantosa de obligaciones, intentando encajar en una esfera nueva desde el punto de vista laboral, y en la que era de urgente necesidad hacerme un hueco. Entre tanto, andaba al mismo tiempo reponiéndome de una dura decepción por tener que poner fin a un proyecto al que bien me he dedicado en cuerpo y alma durante los tres últimos años. Y es que aun siendo tan soñadora y positiva como creo ser, nadie te prepara para afrontar las decepciones en esta vida, para levantarte de la caída y continuar navegando en la tormenta. Pero acaba saliendo el sol... 

Todos mis conocidos ya tenían su planes, así que llegaba el momento de tener 4 días de descanso y yo no quería renunciar a la posibilidad de hacer lo que más disfruto: viajar. Elegí un destino de última hora que no fuera muy caro ni lejano. Portugal fue el ganador. Lisboa, ¿quizás Oporto? Decidí poner un anuncio en una de esas páginas para compartir coche, y dejar en manos del destino la elección de viajar: si me escribe algún interesado, Lisboa allá vamos. En pocas horas tenía el coche lleno de ocupantes dispuestos a compartir trayecto. De igual modo actué cuando pensé que sería una buena idea conocer Oporto, ya que andaba por tierras lusas. Y una vez más quise dejar que el destino hiciera mis planes. Y... "bang!", en la diana: anoté Oporto como segundo destino en mi escapada. 

El resumen del fin de semana fue un cóctel de emociones regadas con experiencias que recargan el alma y su energía. Viajes en coche con gente desconocida pero muy interesante, reencuentros fugaces con amigas del pasado en la capital lusa, o conocer a una de sus amigas que desinteresadamente y ante la ausencia de la primera se ofrece a quedar conmigo para pasar el rato, lo cual para nuestra sorpresa se transforma en un deseo casi infantil de repetir nuestros encuentros para recorrer la ciudad y disfrutar de nuestra compañía, dado que habíamos encajado como piezas de puzzle. Una vez más mi asombro hace su aparición, y me fascina conocer a personas tan parecidas a mí, en cuestión de inquietudes y filosofía de vida. Quizás soy más normal de lo que pienso. Quizás no soy tan bicho raro... El caso es que disfruto conociendo la ciudad y sus rincones desde la perspectiva de alguien que bien la vive cada día. Y entre tanto echamos unas risas, medicina para todos los males.



Continúo el viaje y aterrizo en Oporto, donde descanso y conozco la ciudad de la mano de una guía con buen sentido del humor, en uno de esos tours gratuitos que bien merecen mi respeto por ser una idea tan original, que invita a los turistas a vivir las ciudades de otro modo, y a divertirse en el intento. Conocer a un grupo varipointo de jóvenes inquietos como yo, también es un añadido a la experiencia, sobre todo cuando acabo pasando el día con ellos disfrutando de las múltiples experiencias que ofrece el norte portugués. Risas, vino, tartas de chocolate, tés, lluvia, más risas, good karma, deliciosa comida, otro pedazo de tarta bajo la lluvia, y un montón de fotos es lo que termina siendo el colofón de mi viaje. No por ello sin olvidar el camino de vuelta con tres nuevos desconocidos que amenizan mi trayecto, y tras los cuales descubro una historia singular, genuina, que es lo que al final hace que mis viajes merezcan una mención especial, y despierten en mí el bichito que a veces se queda ahí dormido bajo las exigencias de nuestra rutina diaria, mientras olvidamos que no debemos dejarlo dormir demasiado. De ser así, corremos el peligro de que se nos nuble el alma y nos evite ver con claridad más allá de la tormenta. 

lunes, 10 de agosto de 2015

"Al fin y al cabo, mañana volverá a salir"


Recientemente y tras los hechos que a continuación expongo, he podido alcanzar la conclusión de que albergo en mí una incesante necesidad de perseguir el sol y su momento disuasorio del día, cuando concluye su deleite y su presencia. Y con la ayuda de los múltiples dispositivos tecnológicos que nos acompañan hoy día, casi siempre tengo la oportunidad de captar el momento, con mayor o menor calidad fotográfica, en el que el Rey nos abandona hasta la mañana siguiente. Para muestra, unos botones, mire usted.

Desde siempre que recuerdo mis ojos han sido testigos de tantos y más atardeceres en la playa, muchos en costas gaditanas y otros en diversos puntos de algún litoral. A quien no lo conozca me siento en el deber de recomendar encarecidamente un atardecer gaditano, a ser posible en verano, y como manda la tradición tras haber disfrutado de un completo día junto al mar, claro. En muchos de estos pueblos costeros, el momento de despedir a Lorenzo es mágico, te deja sin habla y casi sin aliento, mientras atinas a enfocar con tus ojos esos últimos trazos dorados que se apagan en el horizonte. 


Indudablemente aún me cuesta encontrar palabras que definan lo que siento esos segundos en que sé que el sol se apaga una tarde más, y tal estado de incertidumbre me lleva de nuevo a dilucidar este sinsentido. Si bien me considero una persona muy positiva, es inevitable pensar que mi atracción por este momento del día más bien atisba un halo de negatividad: el día se acaba, el momento se esfuma, todo termina, ¿y tiene un fin? 

Sin embargo, haciendo eco de esta filosofía que contribuye a mi resurgir del día a día, más bien quiero apuntar bien alto, hacia el mismo Sol que se nos va o hasta la Luna y más allá. Y en la diana elijo entender que el Sol se marcha en son de paz y como parte de un plan elaborado, que permite a nuestro psique dejarlo todo estar, y mañana ya se verá. Porque Roma no se conquistó en un día, por lo que no podemos pretender que todos nuestros logros ocurran en una única jornada, ni que todas nuestras más vívidas vivencias se concentren en tan sólo unas horas como si no hubiera tiempo al desaparecer esa nuestra gran Estrella. Cada día que vivimos es una nueva confesión del astro Rey que nos alienta a ser pacientes, a entender sólo las vivencias de ese día, a disfrutar de los segundos que nos brinda con su luz, y a comprender que llegado el momento de decir adiós no es una despedida eterna, sino un preámbulo de saber que aún queda toda la noche por delante para saborear cada instante disfrutado. 











Al fin y al cabo, mañana volverá a salir. 
Como un capítulo más del libro que leemos,
como el intermedio de una pieza teatral. 
No temas, hay más,
sólo entiende que debemos racionar,
porque al final de cada batalla, 
sólo quedáis tú y tus recuerdos,
y la dulce sensación de recurrir a ellos,
y poder saborearlos una vez más.   

 

Fotos: propias, verano 2015, diversos lugares en el Sur.











domingo, 26 de julio de 2015

"En el fondo fondo"



Dicen que a veces uno tiene que tocar fondo para entender que un cambio es necesario. Pero yo creo que prefiero bajar a explorar las profundidades de cuando en cuando, observar, contemplar, y saber que si el medio se vuelve hostil, hay que regresar a la superficie y respirar. Ciertamente hay que repetir el descenso en ocasiones, para tomar impulso y apuntar más alto, y dejar que lo que nos sobre se quede allí abajo, en el fondo del mar, donde oscurece y no hay más fondo más allá del fondo. No hay hostilidad en reconocer que lo desconocido nos provoca incertidumbre, y nos empuja a movernos con ahínco hacia su medio. Y en ese desajuste entre confort y adrenalina, hemos de encontrar respuesta a tantas preguntas que insistimos en formular. Porque al final del día, cuando el sol se apaga, cuando necesitas subir a la superficie y respirar, entiendes que 'la vida sigue, como siguen las cosas que no tienen mucho sentido'. Y que el fondo del mar sólo guarda aquello que se fue a la deriva mientras nuestras velas dejamos de izar.


Foto: Snorkeling en Almuñécar, Granada. 

"Back to the past"



Back to the past... Olor de madera y pan, y bizcocho, y yogures, y chuches y bacalao. Niños que van a por 'un mandao', señoras que charlan con el tendero, papas en la báscula y anís del mono en la estantería. Humo de tabaco envuelto en la armónica del afilador de cuchillos. Pucheros en el fuego, canicas en el suelo, jirones de una infancia detrás de esos cristales. Todo vuelve, nada se fue, acaso lo olvidamos, ¿o se hizo desaparecer?


Media docena, por favor. Hoy quiero cocinar mis recuerdos a fuego lento.


Foto: Tienda de ultramarinos en Conil, Cádiz.

jueves, 16 de julio de 2015

"Hilando pensamientos, pensando cómo hilarlos"


¿Alguna vez has creído que las cosas pasan por alguna razón?
¿Has pensado que pasa cuando tomas una decisión y eliges un camino en vez de otro? ¿Cómo saber que lo que uno hace es lo que debería hacer? 
¿Existe realmente una senda determinada en nuestras vidas?
¿O la vamos dibujando a nuestro paso?

No se si soy una persona de principios, o si por mis principios soy una persona. No se si tengo una creencia determinada respecto a las cosas, o si las cosas determinan mis creencias según van ocurriendo. A menudo me pregunto si el universo determina la correcta y precisa posición de ciertos fenómenos y personas que aparecen en mi vida, porque en múltiples ocasiones es inevitable pensar que llegaron en el momento más adecuado. Y otras tantas me pregunto por qué se empeña en mandarme unas señales que tan sólo traen decepción a mis días. A veces me parece pensar que el destino es muy justo conmigo, y otras tantas considero que su definición de justicia más luce por su ausencia que por su veracidad. 

Hay días que soy capaz de dibujar un sol resplandeciente en cada nube que aparece en mi camino, y otros en los que de pronto es invierno en mi verano. Cóctel de emociones, sensaciones, ideas, ¿ilusiones? A veces creo que es posible, que tan sólo requiere un pequeño esfuerzo despojarnos de nuestros disfraces cotidianos y entrever nuestra esencia, y reconocernos, humanos, iguales y distintos, puros y genuinos. Luego recuerdo que somos adultos y ya no se nos permite hacer concesiones, mostrar que somos vulnerables. 

Cerrado por hacerme adulto.
Vuelva usted mañana, quizás entonces le pueda atender el niño que aún vive dentro.

Foto: Camboya, 2014

lunes, 23 de marzo de 2015

"Señorita, ¿qué le pongo?"

"Un cóctel de relax de la botella de amigas de toda la vida, con un toque de buena música y aderezado con rica comida, buen vino, y unas vistas exquisitas. Ah, y en vaso ancho por favor, donde quepa toda mi satisfacción"

No hace falta mucho más para disfrutar de un buen fin de semana, y así lo hicimos. Con esos amigos de toda la vida que cuentas con los dedos de una mano y casi te sobran dedos. A mí realmente me hacen falta usar los de la otra mano, pero por poco, la verdad. Fue un finde escalonado, porque según avanzaba, se iban añadiendo amigos, lo cual suponía una nota de color en nuestra melodía. 

Comenzamos un viernes por la tarde con un coche repleto de ganas e ilusión, y también de muchas bolsas, que más que un finde parecía que nos íbamos a guarecer de un huracán. Pero cuando viajas con amigas y un bebé, hacen falta muchas cosas. Este dato es importante, ya que era nuestra primera escapada con nuestra adorada Lola, la peque de "la familia". ¡Puro amor! Y de camino, el sol nos acompañó...



A eso de las 21.00 de la noche y bajo un manto de estrellas que no acostumbramos a ver tan claramente desde la ciudad, llegamos a ese pequeño pueblo en la sierra, dónde el único sonido que se oía era el de nuestro coche aparcando. Descargamos las mil y una bolsas, e iniciamos nuestro estupendo fin de semana en una de esas casas rurales que nada más entrar te hacen sentir dueño de ella, como si llevaras toda una vida viviendo ahí. ¿Alguna vez os ha pasado? Yo soy de las que piensan que las casa tienen su energía, que te atrapan o te sugieren no entrar. Y en esta ocasión sin duda nos atrapó. 

Descargar el coche, subir maletas, bajar al coche, subir la cuesta, más bolsas, me paro a mirar las estrellas, la niña llora, tiene hambre ya, claro, y quién no si son más de las nueve, más bolsas, más cuesta, que nos cuesta, una más, monta la cuna, este palo dónde va, mira a la niña, no se vaya a caer, enciende el calefactor, ¿encendemos chimenea?, no hace tanto frío, cuna montada, hoy no baño a la niña, le doy el bibi, hacemos la cuna, que no la cama, niña a dormir, comida almacenada, preparamos la cena, jamoncito, queso rico, verduras a la plancha, ¿todo esto?, luego se queda en nada, patatitas, paté, vino rico de Constantina, música de fondo, nos sentamos y...¡brindis por nosotras y por este súper weekend de relax! Que sí que sí, que aunque no lo parezca, todo lo demás fue pura relajación. 

Sábado con despertar de nuestra pequeña Lola, ¿o quizás debo decir de nuestro pequeño gran oso blanco? 
Desayuno rico rico, paseito por el campo, carro incluído, a pesar de que los lugareños no lo vean muy claro, pero allá que vamos, y por el camino, vistas así...

A mediodía una más se une al grupo, y desgustamos una magnífica carne de la zona, con gurumelos, unas setas típicas del lugar. Exquisito todo, al solito rico, felices. Tarde de copitas en la casa, dulces de por medio, más sol, más música, más relax, felicidad. 

Y así transcurre el fin de semana, con más de lo mismo que es muy especial y es simplemente lo que necesitamos para desconectar de la rutina, para disfrutar de esos pequeños momentos tan preciados, recargar las pilas y a seguir con nuestro día a día. 

Pero si además de disfrutar de una estupenda barbacoa el domingo con más visitas, más rica comida, buena música y mejor compañía, una incluso se beneficia de unas clasecitas de fotografía donde he descubierto "el modo manual" de mi cámara, sin duda el finde no puede acabar mejor. ¡Gracias My! ¿El resultado? Juzguen ustedes...