lunes, 10 de agosto de 2015

"Al fin y al cabo, mañana volverá a salir"


Recientemente y tras los hechos que a continuación expongo, he podido alcanzar la conclusión de que albergo en mí una incesante necesidad de perseguir el sol y su momento disuasorio del día, cuando concluye su deleite y su presencia. Y con la ayuda de los múltiples dispositivos tecnológicos que nos acompañan hoy día, casi siempre tengo la oportunidad de captar el momento, con mayor o menor calidad fotográfica, en el que el Rey nos abandona hasta la mañana siguiente. Para muestra, unos botones, mire usted.

Desde siempre que recuerdo mis ojos han sido testigos de tantos y más atardeceres en la playa, muchos en costas gaditanas y otros en diversos puntos de algún litoral. A quien no lo conozca me siento en el deber de recomendar encarecidamente un atardecer gaditano, a ser posible en verano, y como manda la tradición tras haber disfrutado de un completo día junto al mar, claro. En muchos de estos pueblos costeros, el momento de despedir a Lorenzo es mágico, te deja sin habla y casi sin aliento, mientras atinas a enfocar con tus ojos esos últimos trazos dorados que se apagan en el horizonte. 


Indudablemente aún me cuesta encontrar palabras que definan lo que siento esos segundos en que sé que el sol se apaga una tarde más, y tal estado de incertidumbre me lleva de nuevo a dilucidar este sinsentido. Si bien me considero una persona muy positiva, es inevitable pensar que mi atracción por este momento del día más bien atisba un halo de negatividad: el día se acaba, el momento se esfuma, todo termina, ¿y tiene un fin? 

Sin embargo, haciendo eco de esta filosofía que contribuye a mi resurgir del día a día, más bien quiero apuntar bien alto, hacia el mismo Sol que se nos va o hasta la Luna y más allá. Y en la diana elijo entender que el Sol se marcha en son de paz y como parte de un plan elaborado, que permite a nuestro psique dejarlo todo estar, y mañana ya se verá. Porque Roma no se conquistó en un día, por lo que no podemos pretender que todos nuestros logros ocurran en una única jornada, ni que todas nuestras más vívidas vivencias se concentren en tan sólo unas horas como si no hubiera tiempo al desaparecer esa nuestra gran Estrella. Cada día que vivimos es una nueva confesión del astro Rey que nos alienta a ser pacientes, a entender sólo las vivencias de ese día, a disfrutar de los segundos que nos brinda con su luz, y a comprender que llegado el momento de decir adiós no es una despedida eterna, sino un preámbulo de saber que aún queda toda la noche por delante para saborear cada instante disfrutado. 











Al fin y al cabo, mañana volverá a salir. 
Como un capítulo más del libro que leemos,
como el intermedio de una pieza teatral. 
No temas, hay más,
sólo entiende que debemos racionar,
porque al final de cada batalla, 
sólo quedáis tú y tus recuerdos,
y la dulce sensación de recurrir a ellos,
y poder saborearlos una vez más.   

 

Fotos: propias, verano 2015, diversos lugares en el Sur.











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