lunes, 23 de marzo de 2015

"Señorita, ¿qué le pongo?"

"Un cóctel de relax de la botella de amigas de toda la vida, con un toque de buena música y aderezado con rica comida, buen vino, y unas vistas exquisitas. Ah, y en vaso ancho por favor, donde quepa toda mi satisfacción"

No hace falta mucho más para disfrutar de un buen fin de semana, y así lo hicimos. Con esos amigos de toda la vida que cuentas con los dedos de una mano y casi te sobran dedos. A mí realmente me hacen falta usar los de la otra mano, pero por poco, la verdad. Fue un finde escalonado, porque según avanzaba, se iban añadiendo amigos, lo cual suponía una nota de color en nuestra melodía. 

Comenzamos un viernes por la tarde con un coche repleto de ganas e ilusión, y también de muchas bolsas, que más que un finde parecía que nos íbamos a guarecer de un huracán. Pero cuando viajas con amigas y un bebé, hacen falta muchas cosas. Este dato es importante, ya que era nuestra primera escapada con nuestra adorada Lola, la peque de "la familia". ¡Puro amor! Y de camino, el sol nos acompañó...



A eso de las 21.00 de la noche y bajo un manto de estrellas que no acostumbramos a ver tan claramente desde la ciudad, llegamos a ese pequeño pueblo en la sierra, dónde el único sonido que se oía era el de nuestro coche aparcando. Descargamos las mil y una bolsas, e iniciamos nuestro estupendo fin de semana en una de esas casas rurales que nada más entrar te hacen sentir dueño de ella, como si llevaras toda una vida viviendo ahí. ¿Alguna vez os ha pasado? Yo soy de las que piensan que las casa tienen su energía, que te atrapan o te sugieren no entrar. Y en esta ocasión sin duda nos atrapó. 

Descargar el coche, subir maletas, bajar al coche, subir la cuesta, más bolsas, me paro a mirar las estrellas, la niña llora, tiene hambre ya, claro, y quién no si son más de las nueve, más bolsas, más cuesta, que nos cuesta, una más, monta la cuna, este palo dónde va, mira a la niña, no se vaya a caer, enciende el calefactor, ¿encendemos chimenea?, no hace tanto frío, cuna montada, hoy no baño a la niña, le doy el bibi, hacemos la cuna, que no la cama, niña a dormir, comida almacenada, preparamos la cena, jamoncito, queso rico, verduras a la plancha, ¿todo esto?, luego se queda en nada, patatitas, paté, vino rico de Constantina, música de fondo, nos sentamos y...¡brindis por nosotras y por este súper weekend de relax! Que sí que sí, que aunque no lo parezca, todo lo demás fue pura relajación. 

Sábado con despertar de nuestra pequeña Lola, ¿o quizás debo decir de nuestro pequeño gran oso blanco? 
Desayuno rico rico, paseito por el campo, carro incluído, a pesar de que los lugareños no lo vean muy claro, pero allá que vamos, y por el camino, vistas así...

A mediodía una más se une al grupo, y desgustamos una magnífica carne de la zona, con gurumelos, unas setas típicas del lugar. Exquisito todo, al solito rico, felices. Tarde de copitas en la casa, dulces de por medio, más sol, más música, más relax, felicidad. 

Y así transcurre el fin de semana, con más de lo mismo que es muy especial y es simplemente lo que necesitamos para desconectar de la rutina, para disfrutar de esos pequeños momentos tan preciados, recargar las pilas y a seguir con nuestro día a día. 

Pero si además de disfrutar de una estupenda barbacoa el domingo con más visitas, más rica comida, buena música y mejor compañía, una incluso se beneficia de unas clasecitas de fotografía donde he descubierto "el modo manual" de mi cámara, sin duda el finde no puede acabar mejor. ¡Gracias My! ¿El resultado? Juzguen ustedes...





jueves, 12 de marzo de 2015

"Qué te gusta, qué te gusta!"

¿Os han dicho alguna vez esa frase? 


"Qué te gusta, qué te gusta..."
O... "mira qué eres ¿eh?"  

La verdad es que me encantan ese tipo de locuciones y expresiones "de la calle" que por alguna razón se propagan a la velocidad de la luz y mucha gente las acaba usando como parte de su vocabulario diario. Quizás hasta se encuentren en el diccionario de la Real academia de la Lengua Española, la verdad es que no me extraña. Os dejo que hagáis la búsqueda...

Ayer un alumno me repetía esa frase en clase, como tantas otras veces (Antes de seguir, recuerdo que soy profe de inglés, y actualmente sólo doy clases a adultos). La razón por la que lo decía es porque, como es habitual en mí, me gusta la guasa y eso del sarcasmo y la ironía, y sin intención de ofender a nadie, me gusta hacer lo que decimos por aquí "dar un poco de caña". Y ahí tenemos otra de esas expresiones tan peculiares. En mis clases soy "muy yo", ya me lo decía mi amiga Myriam la primera vez que me tuvo como profe, y que parece ser lo que más le sorprendió, que yo era en mi papel de profe tal cual soy en la vida real. Esto lógicamente es un halago, puesto por muy Géminis que soy, al menos parece que sólo tengo una cara...¿o no? 

El caso es que en mis clases tengo que provocar la conversación y no siempre es fácil, ya que los alumnos están cansados después de una larga jornada de trabajo y/o estudio, o no saben cómo expresarse en inglés, o ese día están más faltos de ideas. Así que una tiene que ingeniárselas para utilizar cualquier recurso que ayude a comenzar un diálogo y discusión entre los alumnos. Y ahí es donde entra en juego mi particular sarcasmo, ironía, y "dar caña". 

Siempre me ha gustado pensar y repensar sobre las cosas, creo que de eso ya hablaba en mi post de "Chichones y manos de trapo". Y cuando hay una discusión en clase, me gusta hacer que la gente piense y repiense conmigo, es decir, plantear dudas razonables, cuestionarlas, debatirlas, generar opiniones o contribuir a modificarlas, etc. En definitiva, me gusta el debate, y por lo general incido mucho en cultivar el pensamiento crítico en mis alumnos. Creo que desde antes de ser profe ya lo hago, y en mi vida profesional sobre todo, tanto cuando enseñaba a niños como ahora que llevo un par de años con adultos. 

Tengo la impresión de que este valor lo debo de llevar en la sangre, ya que hay muchos abogados en mi familia, empezando por mi abuelo que descansa en alguna estrella por ahí arriba, y ya sabemos que los abogados son los reyes del cuestionar las cosas. Por otro lado, y partiendo de la base de que la vida es mucho más divertida con un toque de humor, mis intenciones por generar un debate en clase por supuesto suelen ir acompañados de una pizca de ingenio, porque está demostrado que las experiencias que resultan agradables y significativas son más fáciles de retener en la mente, mientras que contenidos más aburridos o carentes de motivación tienden a ser fácilmente olvidados. Y esto también viene de familia, que nos caracterizamos por esa "guasa" particular.

En mi clase de ayer tarde nos reímos mucho, la verdad. Me gusta reírme, y me encanta que la gente se ría. Disfruto mucho con mi trabajo y siempre intento pasarlo bien en mis clases, porque no sólo es importante que mis alumnos aprendan lo que viene en los libros, sino que es esencial restarle importancia a las cosas para que sean más llevaderas, y el inglés "suele traer de cabeza a mucha gente". Tercera expresión inconfundible en mi post de hoy... 

Ayer estuvimos hablando de la prisa, de la espera, de lo impacientes que somos y de lo que nos cuesta esperar en nuestra vida estresante de correr para aquí y para allá todo el rato. Conversamos sobre los tiempos de espera en el tráfico, cuando conduces y hay mucho tráfico, o cuando eres peatón y tienes que esperar a que el semáforo cambie para cruzar. Qué impacientes somos, que no podemos esperar unos...20 segundos (?) a que cambie a verde. Claro, porque 20 segundos son toda una vida...

Así pues, una vez planteado el tema, estuvimos debatiendo sobre posibles medidas que pueden contribuir a enseñar a la gente a esperar, con calma, con desasosiego, pero sobre todo con alegría y diversión. ¡Porque la vida es muy aburrida si no le damos un toque de humor! 

Dicho esto, proyecté un vídeo en clase sobre una posible opción para reducir el índice de accidentes por causas de imprudencia tanto en peatón como en conductor. Plantea muchas dudas razonables que si os apetece os invito a compartir conmigo aquí en mi blog.

Y con ese vídeo os dejo. El resultado es increíble... 


miércoles, 4 de marzo de 2015

Mi máquina del tiempo

¿Eres de esas personas que lo guardan todo y coleccionan recuerdos? 

¿Cuándo fue la última vez que echaste un vistazo a esos tesoros de tu infancia y adolescencia? 

¿Y para qué sirven esos recuerdos?

Yo he tenido la suerte de viajar en mi máquina del tiempo hace tan sólo unos días, para avivar montones de experiencias que estaban por ahí perdidas, en el ciberespacio de mi cabecita. Cuando era niña y cada cierto tiempo, mi madre nos hacía revisar todas nuestras pertenencias y deshacernos de aquellas que no servían o eran ya viejitas. Y eso es precisamente lo que he hecho esta semana, por orden de la mamma, claro. No es que yo atesore tanto en su casa, pero quizás era momento de hacer otro de esos viajes al pasado. 

Así que hace unos días, mi máquina me ha llevado a diversos momentos ya olvidados, y al abrir un par de bolsas y alguna que otra caja, puedo encontrar mil pedazos de una adolescencia encallada en el tiempo. Una lata llena de monedas antiguas de diversos países europeos, otra con la colección de relojes de mi juventud, fotos de mi año en Irlanda, tarjetas de cumpleaños, cartas de amor, una vela, y otra, el proyecto Hércules de mi paso por los Scouts, más fotos, y otros tantos objetos que nunca sirvieron para nada, pero que siempre estuvieron ahí, a mi lado, y fueron testigos de tantas risas, llantos, besos, sueños o fantasías. Aún parece que los estoy ordenando mientras limpio el polvo de la estantería de mi habitación de entonces.

Sigo buscando y atisbo diversos cuadernos repletos de historias...una poesía por aquí, una dedicatoria por allá, la transcripción de un mensaje de amor de un chico que me gustaba, una postal de mi amigo que estaba de vacaciones, las aventuras de un viaje a Turquía...
De repente, empiezo a revivir en mi mente tantos momentos y tantas aventuras vividas que parecen tan reales, como si apenas hubieran ocurrido, y comienzo a leer un cuaderno, con la impaciencia con la que un niño descubre un juguete, con la ilusión con que una novia llega al altar el día de su boda. 

Es curioso cómo se forman los recuerdos condicionados según nuestros atributos personales en el momento de encerrarlos en la mente. Descubro por ejemplo una reflexión que escribí entonces con un vocabulario que no recordaba haber siquiera aprendido. Y sonrío. Luego releo esos mensajes de amigos que he conocido en un viaje, y aún sabiendo que en su día casi los memoricé, reconozco una sensación diferente en mí al leerlos en esta ocasión, descubriendo un placer distinto en mi interior. Sigo sonriendo. Y más aún cuando algunos de esos mensajes están en inglés, y pertenecen a un tiempo en el que apenas entendía el idioma. De hecho, al leerlos ahora (para el que no lo sepa, hoy día soy profe de inglés) instantáneamente cobran un significado diferente, ya que obviamente los entiendo mucho mejor que antaño, y de nuevo vuelvo a sonreír. 

Sin darme cuenta no sólo estoy haciendo un viaje al pasado, sino que además realizo una introspección reconociendo ciertos logros y madurez en mi persona en los que ni siquiera había reparado hasta ese momento. Para entonces es hora de irse y aún estoy con la primera bolsa. Así que agarro unas fotos, un par de cajas pequeñas, y el cuaderno de los mensajes foráneos, y me los llevo para continuar mi viaje más tarde. Por supuesto nada más terminar el día y llegar a casa, no hago otra cosa que tumbarme en la cama cual adolescente enamorada, y continuar leyendo el cuaderno como si contuviera el secreto de la felicidad eterna. El resto de mi lectura no hace sino traer a mi mente más fotografías de una juventud temprana deliciosa, que me hace reconocer la importancia de reencontrarse con los duendes del pasado, para hacer examen de conciencia sobre tu presente.


Y quien sabe qué sentimientos albergaré cuando eche un vistazo a la caja de cintas de casette y cd's... 


domingo, 1 de marzo de 2015

Mi infancia son recuerdos...de un desayuno!

Y es que en mi infancia, a diferencia de la de Machado, no hubo patio  de Sevilla, ni huerto claro, ni limonero, pero sí que hubo muchas comidas familiares, de esas en las que nos sentábamos los cinco miembros de la familia a la mesa y compartíamos un momento que hoy difícilmente se repite en cualquier casa. Por supuesto en múltiples ocasiones era un momento estresante cuanto menos, cuando sientas a tres niños muy activos de edades parecidas a la mesa no esperes que todo transcurra de manera pacífica, claro. Pero yo recuerdo esas comidas como un momento de crecimiento familiar, en el que la charla entre todos era el ingrediente fundamental. Bueno, y todo condimentado con algún grito y un par de regañinas, quizás.

Mi favorita, sin duda, era el desayuno. Siempre recuerdo a mis padres dándole mucha importancia a las comidas en general, y al desayuno en particular. Nos enseñaron que el desayuno era fundamental, "la comida más importante del día", casi un rito, diría yo. Y como tal, así se preparaba, con mucho amor, y así se disfrutaba, con calma, y sobre todo con tiempo. Es curioso como pasas un cuarto de tu vida realizando el mismo ritual cada mañana, sin necesidad de mirar el reloj, tomándote tu tiempo para preparar y disfrutar de algo que no es sino necesario y beneficioso, y sin embargo un día en tu estresante y acelerada vida de adulto te paras y te das cuenta de que tu ritual matutino, que con tanto tesón ensayaste cada mañana de tu infancia, se ha debido de quedar extraviado en el camino. 

Nuestra cocina tenía una amplia mesa de madera con 6 sillas alrededor. Allí acudíamos cada mañana al despertar (tras lavado de cara de rigor) donde todo estaba preparado para iniciar el ritual. La noche anterior, mi padre dejaba colocado el mantel, los cubiertos, los vasos y platos, y las servilletas. Si era invierno, también sacaba la mantequilla de la nevera para que a la mañana siguiente estuviera lista para untarla en las tostadas. Esa técnica me encantaba, la verdad. Cuando llegábamos, mi madre nos hacía un zumo de naranja a cada uno, tras el cual era de obligado cumplimiento una cucharadita de miel de esa bien apelmazada que costaba trabajo rebañar del bote. Esta técnica también me encantaba. Mis padres aseguraban que el zumo de naranja y la miel por la mañana eran imprescindibles para reforzar nuestras defensas. Y nosotros, por supuesto, obedecíamos y creíamos a pies juntillas esta creencia popular que, años más tarde, he podido comprobar que es más o menos cierta... Luego poníamos pan a tostar, preparábamos un cola-cao con "muchas pompitas", y untábamos fácilmente la mantequilla en el pan tostado (si se había sacado de la nevera la noche antes, claro) Mermelada de naranja para mí y de fresa para mis hermanos. Y el ritual se repetía cada mañana, con la excepción de los fines de semana, en los que mis padres se sentaban a la mesa con nosotros, y a veces en vez de pan, comíamos churros recién hechos que mi padre traía del mercado, o picatostes con azúcar y canela que bien mi padre o mi madre hacían con pan sobrante del día anterior.

Nunca tuve la sensación de tener que ir corriendo, de ir con prisas, o de no tener tiempo para prepararnos después. Y sin embargo, de lunes a viernes, todos teníamos una obligación; quiero decir, tras el desayuno, todos teníamos que ir al cole, o a trabajar. Recuerdo que desayunábamos tranquilamente, siempre en pijama para evitar manchas una vez vestidos, y luego, con calma, nos arreglábamos, nos aseábamos, y paseando, nos íbamos al cole. Y al día siguiente, nuestro magnífico y delicioso ritual comenzaba una vez más.

Hoy día mi comida favorita sigue siendo el desayuno. No hay mesa de madera con 6 sillas, ni manteles, ni platos y vasos, ni mantequilla sacada de la nevera la noche antes para que esté lista para untar. No hay cola-cao con pompitas ni mermelada, sino café con leche y pan con jamón de york o pavo. No hay jaleo familiar con regañinas, ni hay churros los domingos, pero hay zumo de naranja y hay miel, y estos días, es esa que viene apelmazada y cuesta trabajo rebañar del bote (Gracias papi, gran regalo). No hay calma y tranquilidad porque generalmente una va corriendo y con prisas por el mundo, pero de un tiempo a esta parte al menos tengo la intención de cambiarlo. Porque es fundamental empezar el día con energía, sin estrés, disfrutando de un momento de preparación para que el resto de la jornada sea más provechosa.

Así que esta noche no voy a sacar la mantequilla de la nevera, pero sí que voy a acostarme con la intención de adelantar mi alarma de lunes unos minutos, y así poder disfrutar como antaño de ese momento mágico que mis padres nos inculcaron. Gracias papá y mamá, por entregarnos tan bello regalo, por enseñarnos la importancia de esas pequeñas cosas que hacen que la jornada sea más llevadera y fructífera. Gracias por tan buenos recuerdos de mi infancia, de esas comidas familiares, y de esos desayunos tan reconfortantes. 

Si tuviera que poner música a esos momentos del pasado, algo así sonaría en la cocina...