domingo, 1 de marzo de 2015

Mi infancia son recuerdos...de un desayuno!

Y es que en mi infancia, a diferencia de la de Machado, no hubo patio  de Sevilla, ni huerto claro, ni limonero, pero sí que hubo muchas comidas familiares, de esas en las que nos sentábamos los cinco miembros de la familia a la mesa y compartíamos un momento que hoy difícilmente se repite en cualquier casa. Por supuesto en múltiples ocasiones era un momento estresante cuanto menos, cuando sientas a tres niños muy activos de edades parecidas a la mesa no esperes que todo transcurra de manera pacífica, claro. Pero yo recuerdo esas comidas como un momento de crecimiento familiar, en el que la charla entre todos era el ingrediente fundamental. Bueno, y todo condimentado con algún grito y un par de regañinas, quizás.

Mi favorita, sin duda, era el desayuno. Siempre recuerdo a mis padres dándole mucha importancia a las comidas en general, y al desayuno en particular. Nos enseñaron que el desayuno era fundamental, "la comida más importante del día", casi un rito, diría yo. Y como tal, así se preparaba, con mucho amor, y así se disfrutaba, con calma, y sobre todo con tiempo. Es curioso como pasas un cuarto de tu vida realizando el mismo ritual cada mañana, sin necesidad de mirar el reloj, tomándote tu tiempo para preparar y disfrutar de algo que no es sino necesario y beneficioso, y sin embargo un día en tu estresante y acelerada vida de adulto te paras y te das cuenta de que tu ritual matutino, que con tanto tesón ensayaste cada mañana de tu infancia, se ha debido de quedar extraviado en el camino. 

Nuestra cocina tenía una amplia mesa de madera con 6 sillas alrededor. Allí acudíamos cada mañana al despertar (tras lavado de cara de rigor) donde todo estaba preparado para iniciar el ritual. La noche anterior, mi padre dejaba colocado el mantel, los cubiertos, los vasos y platos, y las servilletas. Si era invierno, también sacaba la mantequilla de la nevera para que a la mañana siguiente estuviera lista para untarla en las tostadas. Esa técnica me encantaba, la verdad. Cuando llegábamos, mi madre nos hacía un zumo de naranja a cada uno, tras el cual era de obligado cumplimiento una cucharadita de miel de esa bien apelmazada que costaba trabajo rebañar del bote. Esta técnica también me encantaba. Mis padres aseguraban que el zumo de naranja y la miel por la mañana eran imprescindibles para reforzar nuestras defensas. Y nosotros, por supuesto, obedecíamos y creíamos a pies juntillas esta creencia popular que, años más tarde, he podido comprobar que es más o menos cierta... Luego poníamos pan a tostar, preparábamos un cola-cao con "muchas pompitas", y untábamos fácilmente la mantequilla en el pan tostado (si se había sacado de la nevera la noche antes, claro) Mermelada de naranja para mí y de fresa para mis hermanos. Y el ritual se repetía cada mañana, con la excepción de los fines de semana, en los que mis padres se sentaban a la mesa con nosotros, y a veces en vez de pan, comíamos churros recién hechos que mi padre traía del mercado, o picatostes con azúcar y canela que bien mi padre o mi madre hacían con pan sobrante del día anterior.

Nunca tuve la sensación de tener que ir corriendo, de ir con prisas, o de no tener tiempo para prepararnos después. Y sin embargo, de lunes a viernes, todos teníamos una obligación; quiero decir, tras el desayuno, todos teníamos que ir al cole, o a trabajar. Recuerdo que desayunábamos tranquilamente, siempre en pijama para evitar manchas una vez vestidos, y luego, con calma, nos arreglábamos, nos aseábamos, y paseando, nos íbamos al cole. Y al día siguiente, nuestro magnífico y delicioso ritual comenzaba una vez más.

Hoy día mi comida favorita sigue siendo el desayuno. No hay mesa de madera con 6 sillas, ni manteles, ni platos y vasos, ni mantequilla sacada de la nevera la noche antes para que esté lista para untar. No hay cola-cao con pompitas ni mermelada, sino café con leche y pan con jamón de york o pavo. No hay jaleo familiar con regañinas, ni hay churros los domingos, pero hay zumo de naranja y hay miel, y estos días, es esa que viene apelmazada y cuesta trabajo rebañar del bote (Gracias papi, gran regalo). No hay calma y tranquilidad porque generalmente una va corriendo y con prisas por el mundo, pero de un tiempo a esta parte al menos tengo la intención de cambiarlo. Porque es fundamental empezar el día con energía, sin estrés, disfrutando de un momento de preparación para que el resto de la jornada sea más provechosa.

Así que esta noche no voy a sacar la mantequilla de la nevera, pero sí que voy a acostarme con la intención de adelantar mi alarma de lunes unos minutos, y así poder disfrutar como antaño de ese momento mágico que mis padres nos inculcaron. Gracias papá y mamá, por entregarnos tan bello regalo, por enseñarnos la importancia de esas pequeñas cosas que hacen que la jornada sea más llevadera y fructífera. Gracias por tan buenos recuerdos de mi infancia, de esas comidas familiares, y de esos desayunos tan reconfortantes. 

Si tuviera que poner música a esos momentos del pasado, algo así sonaría en la cocina...



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