Dicho esto, hoy me aventuro a hablar de la última escapada que hice sola en uno de esos maravillosos puentes del calendario en nuestro país, La Inmaculada. Llevaba semanas trabajando tantísimas horas, inmersa en una rutina espantosa de obligaciones, intentando encajar en una esfera nueva desde el punto de vista laboral, y en la que era de urgente necesidad hacerme un hueco. Entre tanto, andaba al mismo tiempo reponiéndome de una dura decepción por tener que poner fin a un proyecto al que bien me he dedicado en cuerpo y alma durante los tres últimos años. Y es que aun siendo tan soñadora y positiva como creo ser, nadie te prepara para afrontar las decepciones en esta vida, para levantarte de la caída y continuar navegando en la tormenta. Pero acaba saliendo el sol...
El resumen del fin de semana fue un cóctel de emociones regadas con experiencias que recargan el alma y su energía. Viajes en coche con gente desconocida pero muy interesante, reencuentros fugaces con amigas del pasado en la capital lusa, o conocer a una de sus amigas que desinteresadamente y ante la ausencia de la primera se ofrece a quedar conmigo para pasar el rato, lo cual para nuestra sorpresa se transforma en un deseo casi infantil de repetir nuestros encuentros para recorrer la ciudad y disfrutar de nuestra compañía, dado que habíamos encajado como piezas de puzzle. Una vez más mi asombro hace su aparición, y me fascina conocer a personas tan parecidas a mí, en cuestión de inquietudes y filosofía de vida. Quizás soy más normal de lo que pienso. Quizás no soy tan bicho raro... El caso es que disfruto conociendo la ciudad y sus rincones desde la perspectiva de alguien que bien la vive cada día. Y entre tanto echamos unas risas, medicina para todos los males.

Continúo el viaje y aterrizo en Oporto, donde descanso y conozco la ciudad de la mano de una guía con buen sentido del humor, en uno de esos tours gratuitos que bien merecen mi respeto por ser una idea tan original, que invita a los turistas a vivir las ciudades de otro modo, y a divertirse en el intento. Conocer a un grupo varipointo de jóvenes inquietos como yo, también es un añadido a la experiencia, sobre todo cuando acabo pasando el día con ellos disfrutando de las múltiples experiencias que ofrece el norte portugués. Risas, vino, tartas de chocolate, tés, lluvia, más risas, good karma, deliciosa comida, otro pedazo de tarta bajo la lluvia, y un montón de fotos es lo que termina siendo el colofón de mi viaje. No por ello sin olvidar el camino de vuelta con tres nuevos desconocidos que amenizan mi trayecto, y tras los cuales descubro una historia singular, genuina, que es lo que al final hace que mis viajes merezcan una mención especial, y despierten en mí el bichito que a veces se queda ahí dormido bajo las exigencias de nuestra rutina diaria, mientras olvidamos que no debemos dejarlo dormir demasiado. De ser así, corremos el peligro de que se nos nuble el alma y nos evite ver con claridad más allá de la tormenta.
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